viernes, 21 de marzo de 2014

ANTES DEL FIN (ALE)




Estaba allí en el borde de la ventana. De techo un cielo gris azulado; y la luna inmensa iluminaba una lágrima que corría por sus mejillas. Un viento frío le helaba las carnes y revoloteaba sus cabellos. Desde ahí alcanzaba a ver las infinitas luces de los edificios que como ojos se posaban en sus pensamientos.
Faltaba poco para el amanecer.
Sacó de los bolsillos un cigarrillo y un encendedor. Sonrió al observar la leyenda en el paquete: Fumar mata. Y pensó: “a mí, me mató su amor”.
Cuando tuvo que decidir, eligió la causa y se quedó sin el amor. Sin embargo en las noches deliraba recordando los besos, sintiendo  entre sus sabanas aquel perfume que lo embriagaba.
Con los pies descalzos jugueteaba en el borde de la pared rozando el árido cemento. Terminaría  el cigarrillo y bajaría que  la hora se acercaba.
Cuando tocó el piso del cuarto un escalofrío recorrió sus huesos.
Una lámpara somnolienta derramaba sus sombras sobre los muebles y la cama.
 Se puso la remera negra y frente al espejo contemplo su rostro enmarcado por gruesas cejas y una nariz prominente. Tenía unos ojos oscuros de lince. La piel morena curtida por miles de años de ancestros caminando el desierto. Todavía era joven pero la causa dibujaba surcos en los parpados cuando se la llevaba en la sangre y el alma.
Con extremo cuidado tomó el cinturón de dinamita y se lo colocó. Su cuerpo temblaba. Con un grueso abrigo disimuló lo que llevaba alrededor de su cintura. La mochila descansaba sobre la cama. Nadie lo notaria en el subterráneo.
Apagó todas las luces del departamento. Cerró las llaves de paso del gas, del agua y de la luz. Sacó de abajo del colchón el cuaderno. Allí detallaba el operativo y sus últimos deseos, incluso la carta que escribió para ella. Quería que lo recordara como su héroe, alguien capaz de entregar la vida por lo que cree. Dios bendeciría su accionar. Su nombre quedaría grabado para la posteridad. Y ella se sentiría orgullosa al fin.
Salió del edificio lentamente. La ciudad ya era un hormiguero andante. Un día cualquiera, un día más, un miércoles o jueves o viernes, de cualquier mes, de cualquier año.
Caminó dos cuadras hasta el principal cruce de subterráneos. La gente abarrotaba los andenes. Hombres aletargados. Mujeres aburridas. Jóvenes estudiantes alegres.
Miraba el reloj calculando los minutos que faltaban.
Cuando llegó el tren, entre empujones, los viajantes subieron apurados. Nadie quería perder su turno ni quedar afuera.
Él, subió con la discreción de quien ya no espera nada. Caminó entre los pasajeros hasta encontrar el mejor hueco al centro del vagón. Se quedó allí y comenzó su cuenta regresiva. Las manos le sudaban. A pesar del invierno, transpiraba. Vigilaba con curiosidad  a todas esas personas. En un rincón había una pareja de jóvenes colegiales. Él la abrazaba con ternura, y ella con un poco de timidez sonreía. Mas adelante un hombre dormitaba con el diario sobre el rostro. Dos mujeres obesas apretadas junto a una ventanilla cuchicheaban mirando a un cura rubio y alto que no quitaba los ojos de la ventanilla.
Pero se quedó contemplando a la parejita.
Entonces la recordó y las veces que le sonreía con timidez cuando él la abrazaba. Y volvieron a su pensamiento las lágrimas que ella le dedicó la noche que se fue.
  

Una  gota de agua salada brotó de sus ojos al momento de apretar el botón que activó la bomba.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario