Mis pensamientos a lo largo de una alfombra gris, y a un costado, el cerro recostado en su azul brumoso.
Mi mirada se aleja entre los sembradíos y la caña de azúcar, mientras los zumbidos del motor mecen el movimiento insistente de mi divagar. Como ruídos de almas en pena el murmullo de los parroquianos por momentos me devuelve a la realidad.
Observo a través del retrovisor: los lentes del chofer disimulan su mirada tierna y transparente.
Por momentos mis ojos acarician las viejas y ásperas cortinas que acortan la claridad de la tarde.
Los vehículos parecen laboriosas hormigas en su ir y venir; y al cruzarse ruge el viento a los lados.
La marcha va frenándose de a poco presintiendo el roce de las piedras en las orillas de la ruta cuando el colectivo se detiene para levantar nuevos pasajeros.
Se extienden los matorrales en la infinitud de la distancia, por doquier los árboles, altos, bajos, gordos, flacos. En hilera los caminitos que se alejan desafiando la inmensidad del campo. Un campo desparramado como una maraña de cabellos que caen por las laderas de la montaña. A la vera las casas, una que otra, solitarias.
Y en la melancolía de este escenario me envuelve tu recuerdo que se disuelve en un tiempo sin tiempos de mi soledad: te pienso.-
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